Bajamos a Collioure al atardecer. Recuerdo haberla nombrado en uno de mis poemas infantiles ( yo era la "Minou Drouet" de la famille), como "un petit joyau dans son écrin". No sé porque la nombre así, pero al encontrarme con Collioure cuando se abre al mar, lo entendí.
Álvaro también, se quedó "bouche bée".
Es un puerto mágico, abierto al mediterráneo y a su luz con toda la fuerza de sus murallas ancestrales. No transmite agresividad ni dramatismo, como pueden hacerlo La Rochelle o Saint Malo, sino una amabilidad dulce, una permisividad que invita a entrar, a sentarse y contemplar.
Barcos de pescadores. Pequeñas fabricas de anchoas en salazón. Todo a medida humana.
Ha crecido a lo ancho, por las urbanizaciones que se adivinan flanqueando las montañas.
Sigue oliendo a viña, a sal , a fenouil y a especies.
Paseando por sus calles, bajo sus balcones "joufflus", recordamos el itinerario diario de Machado.
Una lagrimita y un sentir por esa maldita guerra que intentó una vez más hacerse con nuestra libertad.
En el puerto de Port-Vendres, igualmente amable, pero más real, una inscripción recuerda que desde ahí zarparon hacia Argelia los barcos cargados de perseguidos por el fascismo "Plus jamais le fascisme".
Cobita seguía nuestros pasos, resignada.
Compramos anchoas y vino.
.A los vinos de Bourgogne o de Bordeaux, que me parecen vinos tristes, pesados, ceremoniosos aunque a veces sublimes, pero a beber en soledad, prefiero los cantarines del "Roussillon". Vinos alegres, de buena fruta, de cantar todos juntos alrededor de la mesa. Tienen " l'accent du midi" y el sol en sus botellas.
El bodeguero que nos lo vendió llevaba esta pegatina en el mostrador.
En todos los lugares turísticos visitados, nos preguntaban si veníamos de "Catalunya" o de "España".
El dulce Banyuls hizo remontar las burbujas doradas de mi infancia.
Guarde las gemas en mi mochila.
Que no se deslicen más en el agujero negro de la desmemoria.