lunes, 3 de noviembre de 2008

El Hayedo




Llega el otoño. El entorno se hace color. Antes de apagarse por un tiempo, la naturaleza se ilumina de miles de ocres, rojos, amarillos. Entonces no puede faltar la visita al "Hayedo". Hay varios, cada cual con su encanto, en la vecindad. Elegimos el de Montejo, por la majestuosidad de sus hayas milenarias. Fuimos con los Manolos. Entramos por un sitio prohibido que nos enseñó el Emi, varias millas arriba por una pista siguiendo un muro de pizarra. No paró de llover en todo el día, pero aguantamos , pese al encharcamiento de botas y calamiento de chubasqueros. Nos introducimos cual gnomos en el bosque y todo se hizo encantamiento.

El hayedo de Montejo es de estos que la boca se te va abriendo a medida que caminas y vas descubriendo la grandeza de aquel árbol, la sinuosidad de ese otro. Vimos cómo bajaba la niebla, y cómo asomaban los picos nevados de las montañas vecinas. Olor a tierra mojada, a hoja podrida, todo silencio diluido.
Al final nos fuimos al pueblo de Montejo , a resarcir nuestros ateridos cuerpos al calor de unos vinitos en la taberna.