sábado, 28 de marzo de 2020

Animalitas

Lo confieso: tenemos una perra. Y estoy un poco hasta el moño de sentirme culpable por ello.
Ni grande ni pequeña, más bien mediana, unos 10kgs. si no fuera porque en los últimos quince días habrá engordado unos 2 más. 
Y si, tenemos permiso de las autoridades para sacarla a "pasear" 3 veces al día. Y si, a mi también me duele que no se puedan sacar a los niños a pasear, ni siquiera con correa. Mi empatia para las familias con infantes en esos duros momentos es absoluta y total. 
Vivimos en un piso, en un pueblo, a unos 200 metros del campo. Se ve desde mi ventana.
Somos muy a favor del "quédate en casa" y de seguir a rajatabla las reglas impuestas para parar la progresión del virus. Mi perra, no contagia el coronavirus. pero por si acaso , desde el principio del confinamiento la sacamos por riguroso turno, Álvaro y yo, en horarios poco concurridos por demás canes y propietarios de. 
A las 7.00 de la mañana, alrededor de la 5.00 de la tarde, y de las 10.00 de la noche.
 Y , a ver, lo de sacar "a pasear el perro" es un eufemismo. La sacamos a cagar y mear, perdónenme la ordinariez. Un perro, perra en este caso, que vive en un piso, tiene los esfínteres educados para evacuar a horas fijas.
Lola ( es la perra), los tiene particularmente delicados (los esfínteres). No porque la hayamos educado así , sino que lo llevaba en los genes cuando la adoptamos. Lola no sabe miccionar ni defecar en el asfalto ( leanse acera, portal...). Solo se le relajan ( los esfínteres), si hay tierra, hierba y se encuentra "escondida", detrás de un matorral o cualquier cosa que le haga sentirse segura.
Problema cuando acudimos a una ciudad. Coba (la perra anterior a esta)  observaba la misma
costumbre defecadora. Hace años, que recorríamos con la "furgomola" la costa cantabra, estuvimos así dos días en Santander. Con la Coba sin evacuar. Al 3º día, en el Palacio de la Madalena, la pobre vió un trozo de cesped que la inspiró y "soltó". A los pies del guardia de seguridad de turno. Pero eran otros tiempos, nadie se enfadaba.  No habían "bolsas de caca para perros", no, "bolsas para la caca de los perros" (vamos a hablar con propiedad), de esas que se venden en rollos en los "chinos" que entonces se llamaban "todo a cien". Cada uno iba con la bolsa del super en el bolsillo. Pero a nosotros,  el Palacio de la Madalena nos pilló sin bolsa alguna, ni un kleenex siquiera. Tuvimos que asaltar la papelera más próxima, sonriendo mucho al guardia de turno, en pos de un envoltorio de bollicao o lo que sea. Luego, recuerdo que vimos unas focas muy monas con las que la Coba intentó confraternizar.
Pero creo que este relato escatológico se me va de las manos. 
Vuelvo al "paseo" de Lola en época de confinamiento, regulado por unas reglas estrictas y un bando municipal amenazador.
Así que (lo confieso), recorro los 200 metros que me separan del campo, suelto a la perra, y me espero a que se inspire. No suele ser más allá de los 250 metros, pero, hay días que llegamos a los 300 (616 ida y vuelta me informó un día  el chivato del programa ese que te mide los pasos). Sin cruzarnos con nadie al que se pueda acercar moviendo el rabo en busca de una caricia (la perra, no yo). Lo juro. Lo juro.
Juro que no me dejo seducir ni por las florecillas del camino, ni por el sol que se asoma detrás del Montgó, ni por  el olor del azahar próximo. Nada que pueda hacer parecer que estoy disfrutando del "paseo".
Cierro mis (iba a decir esfínteres..) sentidos al placer y vuelvo muy seria y al trote, con la Lola "liberada", para mis aposentos, mi terraza y mis vistas al campo próximo.

Lola, Álvaro y yo, os estamos muy agradecidos por confiar en nosotros , y no pensar que usamos a nuestra animalita para saltarnos a la torera el confinamiento.

La única que no lo lleva muy bien, es Freya, la gata, pero Freya siempre se ha mosqueado cuando hemos salido con la tonta de la perra.