Un viaje como los de antes, rezaba la publicidad del barco que nos llevó, cuando el tiempo discurría de otra manera. Y era verdad.
Las “Goats on the roof” de Coombs. Literalmente así, una tienda de comestibles con un prado en el tejado, dónde comen hierba las cabras. Muy turístico, con sabor a american way of life, de hecho ahí celebran “rodeos” los fines de semana, pero nos lo perdimos.
Poco a poco , vimos los bosques cubrirse de otoño, espectacular escala de colores. Solo eso merecía el viaje.
Con una agradable sorpresa en forma de anciana señora muy culta, que conocimos en la galería de arte de Bill Reid, afamado escultor first nation,y nos invitó a su casa a tomar una copa de vino para charlar. ¡Gracias, Diana! fue lo mejor.
Bonita ciudad, tan sorprendente cómo Victoria. Rascacielos , barrios antiguos con sabor a siglo XIII, Chinatown y unas calles “poco recomendables”, dónde nos perdimos la primera noche. Con susto-susto en el cuerpo, hasta recalar en un comedor chino, dónde una vieja bruja nos pegó a gritos la reprimenda del siglo por no dejarle lo estipulado de propina , un 15% de la factura. Rápidamente Jerónimo nos avisó que era obligatorio por ley. Así que a partir de ahí, y a falta de Sudoku, tuvimos que agudizar el cerebro y el calculo mental para quedar bien en todos sitios. Recomendables, por otra parte, los restaurante asiáticos de la ciudad,.
Y vuelta a casa, con el calor de los amigos esperándonos. Lástima encontrarnos con nuestra casa descuidada, todo por los suelos, la lavadora atascada. Menos mal que tenemos aquí a “McGiver-Barito” que la arregló y he podido lavar, suavizar, desodorizar y planchar el desaguisado. Es la primera vez que nos pasa, confiemos en que sea la última.
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